Desgraciadamente continúa ocurriendo. Son las mujeres de las zonas en conflicto las que peor parte se llevan.
Libia, Egipto, Bahrein y ahora Siria son las más actuales por la ola de revueltas que ocurren en esos países. Y también por sus creencias. Violar a una mujer en el mundo árabe lleva implícita toda una serie de situaciones para toda su familia como la deshonra y el estigma y si además esa mujer queda embarazada como consecuencia de la violación las consecuencias son todavía mayores y pueden conllevar incluso la muerte a manos de sus propios familiares.
A las mujeres se las viola no tanto como persona sino para someter a todo el clan o familia al que pertenecen.
De este modo después de la agresión sexual es la propia familia quienes la rechazan por haberles llevado a una situación de estigma social y, por lo tanto el sufrimiento de estas mujeres va mucho más allá de la propia agresión sexual en sí misma que ya genera mucho sufrimiento.
Como origen de esta estrategia de guerra siempre aparecen las creencias religiosas que imponen una férrea conducta hacia las mujeres y las niñas. Y por tanto su castidad está intrínsecamente ligada a la posición social de toda la familia. Y eso, los que hacen las guerras, lo saben perfectamente. No en balde son ellos quienes interpretan las normas religiosas.
Uno de los ejemplos más extremos lo encontramos en los monjes guerreros talibanes que no sólo dictan e interpretan las leyes, sino que además las ejecutan. Y, por supuesto la peor parte se la llevan las mujeres, como ya sabemos.
El hecho de que no haya habido una clara separación entre el estado y la iglesia y que ambos se confundan en todos los planos, lleva aparejado que las normas se dicten desde la doctrina y no desde la razón. Con esta praxis, nos encontramos con que la sumisión viene por la ley pero a través de lo que ellos consideran “la palabra de dios” para quienes se consideran creyentes.
Y estas practicas de sometimiento a través de las violaciones y las agresiones no vienen sólo por la parte de quienes ostentan el poder. No. Algunos hombres se creen con derecho de vengarse de su adversario político, vecinal, tribal, etc. a través de sus mujeres y vengarse así de toda la familia y limpiar, de paso, su propio honor.
En las guerras, revueltas, o conflictos armados, siempre se utilizan como una arma de guerra más para ultrajar al adversario. Sea esté último rebelde o no.
En este mismo momento miles de mujeres de todo el mundo están sufriendo algún tipo de agresión por su condición de mujeres. ¿Es justo esto? Creo que no y que las autoridades de la Corte Penal Internacional deben ser diligentes en su condena y que esta sea ejemplarizante. De lo contrario nos encontraremos con continuas limpiezas étnicas en donde los campos en los que se combate son los cuerpos de las mujeres. Y eso ya está ocurriendo en estos momentos en muchas partes del mundo. En todas aquellas en donde existe conflicto que no ha de ser necesariamente armado.
Y volvemos a la eterna situación de desigualdad entre mujeres y hombres y de quienes se empeñan en negarla. ¿Acaso este no es un ejemplo claro de desigualdad impuesta por quienes mayor capacidad de influencia social siguen teniendo como lo son las religiones?, ¿Acaso no se siguen manteniendo las rígidas estructuras androcéntricas gracias a quienes predican desde las iglesias, las mezquitas o las sinagogas y templos de todo tipo?
Ahora, seguramente aparecerán estrategas de otras partes del mundo minimizando el efecto de este tipo de actuaciones en Libia, Siria, Afganistán, Egipto, Arabia Saudí, algunas partes de África, etc. y justificándolas como “efectos colaterales” de la propia situación de esa zona en concreto y de sus culturas dominantes. Pero yo me sigo preguntando, ¿No son ya demasiadas zonas en concreto y demasiadas mujeres ultrajadas? ¿Tendríamos la misma reacción si esa situación ocurriera en Europa?
Bueno la reacción de quienes gobiernan, quizás si sea la misma puesto que hemos de recordar la guerra de los Balcanes en donde ya ocurrió este tipo de tropelías mientras la comunidad internacional se perdía entre discursos grandilocuentes.
Y mientras, entonces y ahora, las mujeres son violadas y tomadas como armas de guerra y sus cuerpos como campos de batalla.
A ellas les arrebatan su voz los hombres que las violan y después los hombres de su familia y el sistema en general. Debemos ser otras quienes la tomemos y denunciemos estas terribles situaciones y exigir justicia y reparación del daño.
Desde este espacio alzo mi voz en ese sentido puesto que no quiero ser cómplice con el silencio que he observado en demasiados ámbitos.
Ontinyent 19 de junio de 2011.
Teresa Mollá Castells
tmolla@teremolla.net
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