Benita Asas (1931) "...las mujeres de España hemos llegado a la mayoría de edad psicológica. Somos conscientes. Repudiamos las intromisiones en nuestras conciencias. No vivimos de pensamientos prestados. Nos poseemos a nosotras mismas".
Memorando Comisión Constitucional de las Cortes, en apoyo del sufragio de las Mujeres.
Memorando Comisión Constitucional de las Cortes, en apoyo del sufragio de las Mujeres.
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25 DE NOVIEMBRE

AUTOR: JAVIER MARTÍN "INVEX"
lunes, 30 de diciembre de 2013
jueves, 26 de diciembre de 2013
El machismo se vuelve más sutil pero los mensajes sexistas perduran en publicidad
El machismo se vuelve más sutil pero los mensajes sexistas perduran en publicidad
LA NUEVA LEY DEL ABORTO Y LA CREACIÓN LITERARIA
La invasión de los bárbaros y su máscara de la piedad
24/12/201
Medios como 'The Times', 'Le Monde' o 'La Repubblica' han criticado la reforma de la ley del aborto del gobierno de Mariano Rajoy en España. / Cristóbal Manuel
La escritora Marta Sanz reflexiona sobre la nueva ley del aborto en España a partir de su última novela, Daniela Astor y la caja negra, donde a través de los temas del aborto y el destape crea un retrato de la Transición española. Una mirada a una problemática y a la situación de la mujer desde la creación literaria y la cultura.
por MARTA SANZ
Siempre que escribo un libro lo hago porque creo que tengo algo que decir. En la escuela me enseñaron que, si no se tiene nada que decir, es mejor cerrar la boca: no utilizar la escritura como alarde del dibujante que emborrona un papel con garabatos mientras tiene la cabeza en otro sitio. Con los años me he dado cuenta de que jugueteando a veces también se aprenden cosas y de que la desmitificación de la literatura es un modo de darle valor convirtiéndola incluso en arma arrojadiza contra los biempensantes del mundo. Los juegos a los que he jugado y las cosas que he tenido que decir surgen de mi circunstancia biológica e histórica: soy mujer; pertenezco a una cada vez más maltrecha clase media que, a su vez, se desclasó sin olvidar su origen proletario; mi pre-adolescencia coincidió con el tránsito de este país de la dictadura a la democracia, es decir, la transformación íntima coincidió con la pública. Mis libros abordan la relación entre historia e Historia, a través de una mirada que aspira a quebrar la frase hecha, la música de ascensor, la ideología invisible… Frase hecha, ideología invisible, mainstream, conceptos cuyo significado adquiere relevancia en la sociedad autosatisfecha, aspirante a las delicias de la socialdemocracia, de la que ingenuamente nos habíamos creído que disfrutaríamos para siempre. Los libros mostraban el polvo escondido bajo la alfombra en ese mejor de los mundos posibles en el que aún quedaban ranuras, imperfecciones, injusticias, mierda. En las democracias avanzadas, la literatura de tesis y la literatura con afán de intervención en lo público se desacreditan y desactivan: a la literatura se le reserva un lugar metafísico, de ensueño, un lugar de preguntas, pero se le veta la posibilidad de arriesgar una respuesta. La toma de posición taxativa -¿el grito?- atenta contra la naturaleza profunda, la qualité, sugerencia y ambigüedad que caracterizan la “buena” literatura…
La desmitificación de la Transición acaba derivando en una mitificación de la misma desde el ángulo de la intrahistoria y no del relato oficial de la Historia: la Transición no se presenta como el producto del buen hacer de una docena de iconos políticos, sino como el resultado de una largo proceso en el que muchos anónimos, desde posiciones de clandestinidad o luchas cotidianas por la subsistencia y la dignidad, hicieron posible la llegada a un modelo distinto.En Daniela Astor y la caja negra esa masa indefinida la integran mujeres que en los setenta intentaban liberarse del tutelaje masculino, del hecho de que los hombres fueran los dueños de las palabras y de las autorizaciones para tener una cuenta de ahorro; mujeres que intentaban acotar una mirada y una voz partiendo de un lenguaje y una iconografía ajenas que ya formaban parte de sus aspiraciones y de la concepción de su propio cuerpo; mujeres que trabajaban en casa y fuera de ella, querían aprender, ser mejores, piezas del engranaje social con capacidad para intervenir en el espacio público; mujeres con sentido crítico y autocrítico… Sonia e Inés, las madres de las protagonistas de esta novela, son un ejemplo de estas mujeres: Sonia es una trabajadora de clase media, de extracción rural, madre de una hija dolorosamente lista, que quiere aprender y liberarse estudiando una carrera; Inés tiene estudios superiores e imposta una clase social inferior a la suya por convicciones políticas: es la socióloga que da clases en la universidad y pone lavadoras. Entre ambas se establece una corriente de empatía en una situación dramática. Se subraya la solidaridad entre mujeres. Otros personajes encarnan el machismo basal con que nos comportamos muchas de nosotras en momentos decisivos de la vida.
A la hora de trabajar el papel y la imagen de las mujeres me tropecé con temas fundamentales en Daniela Astor y la caja negra: la relación entre la realidad y sus representaciones se escenifica en los juegos secretos de dos preadolescentes, Catalina y Angélica, que se travisten en actrices del destape, musas de la Transición, que simbolizan la liberación sexual tras cuarenta años de moral nacional-católica y, a la vez, aceleran el proceso de cosificación mercantil del cuerpo femenino reducido a fetiche y finalmente a juguete roto: en nuestros días llega a su apogeo esta épica amarilla del sensacionalismo.En la novela se reflexiona sobre el significado del cuerpo y la maternidad, la dimensión biológica e histórica de la identidad femenina como interesada construcción cultural que ha servido para situarnos en desventaja frente a los hombres. Me escandalizo un poco cuando escucho aquello de que “ser madre es el deseo de cualquier mujer”, cuando se asume que la maternidad es el rasgo que define una supuesta condición femenina. A ningún hombre se le cuestiona su masculinidad, si expresa su deseo de morir sin descendencia.
El desnudo y el aborto se convierten en puntos de inflexión de una novela que se me va imponiendo como acto de rebelión y pedrada contra los cristales, pese al desprestigio de la poesía como arma cargada de futuro que marca un canon empeñado en fundir lo light con lo espectacular: una amalgama que reduce a los escritores a una condición bufonesca que justifica su creciente desprestigio, falta de relevancia e inanidad en el espacio público. Mientras escribo Daniela me doy ánimos. Pienso que hago lo que debo porque volver la vista atrás no es ejercicio de nostalgia, sino estrategia de aprendizaje, una manera de ponerle nombre a las cosas: estamos volviendo a la represión nacionalcatólica y nacionalfascista. Nos bordarán la A de adultera en la pechera y disolverán las manifestaciones con camiones de agua. Nos pondrán multas inasumibles por defender nuestros derechos. Por insultar cuando a nosotros se nos insulta a diario: con el recibo de la luz, con el repago de la seguridad social, con la nueva ley de educación, con las privatizaciones, con la tasa de paro y el trato al parado como a un delincuente… Metamorfosean monstruosamente los derechos en delitos: el derecho al aborto, el derecho a protestar cuando hay más razones que nunca, el derecho a una vivienda digna, a trabajar y a comer. Frente a la marca España, la condena de un país al sector servicios, el buenrollismo emprendedor y la publicitación de la crisis como oportunidad, frente a los comentarios de trolls furibundos que afirman que los defensores del aborto confundimos a los niños con tumores o apéndices; frente a todo eso se necesitan muchos discursos que contradigan la palabra –te alabamos, Señor- de la reacción: gritos en la calle, artículos en los periódicos, novelas. Sí, novelas, muchas novelas. Como las últimas de Isaac Rosa y de Rafael Chirbes. Como Cuando Lázaro anduvo de Royuela o como aquella de Reig donde se hablaba de la Inmaculada Transición…
El derecho al aborto, el trauma del aborto en el seno de una familia de clase media en 1978, es el motor de la intriga en Daniela Astor y la caja negra. Palabras como “trauma” llegan a constituirse en sentimiento íntimo porque, al fin y al cabo, sentimiento y experiencia se construyen a partir de las imágenes que nos rodean, los códigos que nos imponen el sentido del bien y del mal, los lenguajes e iconografías imperantes: el horror y el trauma proceden de la truculencia de las narraciones sobre el aborto, de la creencia de que hay abortos buenos y abortos malos –lo explica con sentido del humor Caitlin Moran-, de la confusión entre biología y teología, de las acepciones corrompidas de las palabras niño, vida y dignidad… En Daniela Astor y la caja negra reviso los relatos e imágenes del aborto en las narraciones e incluso las que están firmadas por los artistas mejor intencionados –Martín-Santos, García Hortelano, Bodegas…- resultan atroces. Sanguinarias. Solo Alexander Kluge en Trabajo ocasional de una esclava, rodando un aborto real, se aproxima hacia la interrupción voluntaria del embarazo con una mirada entre aséptica y humorística, rompedora en su apuesta ética y estética.
La madre de Catalina aborta en España en 1978 y es condenada a seis meses de prisión. Sus motivos para abortar no tienen que ver con su precariedad económica, su desamor, su inestabilidad psíquica, la malformación del feto, el riesgo para su salud. La madre de Catalina no ha sido violada. La madre de Catalina no desea tener otro hijo en un momento en el que, para ella, es prioritario hacer otras cosas. La madre de Cati no es una mujer egoísta ni desnaturalizada, sino una mujer que analiza, reflexiona y decide contradiciendo un estereotipo de feminidad intuitiva, sentimental y mágica. Era importante abordar la cuestión desde un contexto desdramatizado que nos enfrentase con el problema moral, sobre todo, con el problema ideológico del aborto en sociedades con una legislación patriarcal. Insisto: no hay abortos buenos y malos; lo que existe es el derecho a decidir si ser madre o no serlo sin que la sociedad te juzgue. El trauma de Sonia no proviene de la sala donde le practican el aborto, sino de la sala donde la condenan separándola de su hija y estigmatizándola socialmente.
El PP, con su ley del aborto, cambia el significado de la palabra víctima. Nos condena a serlo en un país donde la derecha nos manipula con una cínica paradoja: la de esgrimir paladinescamente la defensa del derecho a la maternidad digna de las mujeres mientras se elimina la ley de dependencia y se ejecuta una reforma laboral salvaje. La reforma de la ley del aborto con su mezcolanza de plazos y supuestos profundiza en la brecha de desigualdad entre mujeres pobres y ricas, y toma en vano el nombre de los desfavorecidos del mundo. También de esos discapacitados a los que presuntamente se pretende proteger mientras se fomenta y acentúa el dolor, sostenido en el tiempo, de madres que ven morir a sus criaturas enchufadas a máquinas. La reforma de la ley del aborto cierra la puerta a conquistas que sí tienen que ver con la dignidad humana: la eutanasia o el derecho a una muerte digna. Se extrema la violencia de un sistema económico aberrante, adornado con esos ropajes fascistas que acompañan a las crisis y que en este país aún son pentimento de la historia reciente: a la mínima vuelve a brotar la España negra en la tela del cuadro. Cuántas Sonia Griñán va a haber en el siglo XXI. Cuáles serán las penas y castigos para las mujeres que aborten o para los profesionales que practiquen abortos fuera de la ley. Mientras escribía Daniela Astor y revisaba el código penal franquista, se me ponían los pelos de punta. También se ponían los pelos de punta al percibir que estamos instalados en un campo cultural donde nos acompleja y desacredita hablar en los libros de las cosas que suceden. Pero pensaba que el libro que estaba escribiendo era necesario. Porque los bárbaros nos están invadiendo bajo la patética máscara de su bondad.
martes, 3 de diciembre de 2013
Los museos las prefieren monas
Explotadas como tema artístico, las mujeres siguen arrinconadas como creadoras en colecciones, exposiciones y compras de los centros de arte contemporáneo
Póster de Guerrilla Girls para denunciar
la exclusión de las artistas en las secciones de arte moderno del Metropolitan
Museum de Nueva York.
Monas. Madonas. Sumisas. Recatadas. O desnudas. Provocativas. Fatales. El
imaginario femenino en los museos oscila entre ambos extremos. En el arco entre
estos estereotipos hay cabida para muchos otros. La mujer, como objeto
artístico, abarrota las colecciones de los museos que, sin embargo, la
ningunean como autora. En los años ochenta, un grupo de artistas de Nueva York
sacó la marginación a la luz con humor, imaginación y rigor. Enfadadas con la
genética discriminatoria del sistema, una decena de creadoras pasó a la acción
y a la clandestinidad bajo el nombre de Guerrilla
Girls. Se parapetaron tras máscaras de gorila e identidades de
artistas fallecidas y se armaron de estadísticas. Unos sencillos cálculos
bastaron para demostrar las obstrucciones: en el arte no había lugar apenas
para mujeres (ni negros).
Para denunciarlo, entre otras acciones, pasearon autobuses con un
gigantesco póster amarillo que enrojeció a los responsables del Metropolitan. ¿Tienen que desnudarse las
mujeres para acceder al Met?, se interpelaba la odalisca de Ingres junto a dos
cifras: las mujeres eran las protagonistas del 85% de los desnudos y las
autoras del 5% de las obras.
“Si el arte no tiene sexo, sin embargo, el sistema del arte sí ha estado —y
sigue estando— marcado estructuralmente por un sexismo que ha discriminado —en
general, sigue discriminando— el talento de las mujeres que trabajan en arte,
entorpeciendo su contribución a la excelencia artística y excluyendo del
criterio de ‘calidad’ parámetros considerados tradicionalmente femeninos”,
reflexionó Rocío de la Villa, profesora de Estética y Teoría de las
Artes en la Universidad Autónoma de Madrid, en el catálogo de
la exposición Heroínas, con la que el Museo Thyssen-Bornemisza rendía tributo a
mujeres fuertes, activas, independientes y triunfadoras en la historia del
arte.
Los datos no lo son todo, pero están para
algo. Delimitan la realidad. Dan las coordenadas neutras de fenómenos y
tendencias. “Lo que se mide, se hace”, proclama la asociación Mujeres en
las Artes Visuales (MAV), que aúna desde 2009 a creadoras,
galeristas, investigadoras, profesoras, conservadoras y críticas hartas de
tropezar por doquier contra el muro de la discriminación. Al igual que las
Guerrilla Girls, atacan con estadísticas (ahí va un ejemplo: las mujeres solo protagonizaron
el 20,5% —baja al 10% si se contabilizan españolas— de las 973 exposiciones
individuales organizadas durante una década por 22 centros de arte en España)
y, a veces, con acciones. “El techo de cristal y el suelo pegajoso siguen ahí.
Las reticencias siguen siendo las mismas”, sostiene la presidenta de MAV y
profesora titular de Educación Visual de la Universidad Complutense, Marián
López Fernández-Cao. Sus radiografías desvelan un mundillo refractario a las
propuestas artísticas firmadas por mujeres. Miren donde miren (se recomienda un
paseo por la infografía de la siguiente página). Apunten: ninguna española ha
ganado el Velázquez de Artes Plásticas (ni sus 125.000 euros) desde que se creó
en 2002 (solo una mujer, la escultora colombiana Doris Salcedo, lo recibió en
2010), el promedio de creadoras en Arco es del 25% (baja a menos del 10% si se
cuentan a las españolas) y en las colecciones permanentes de los museos de arte
contemporáneo figuran un 13% de artistas españolas.
T. C.
En el arte también se reproduce la
estructura piramidal de otros sectores: las mujeres predominan en la base (son
mayoría en las carreras artísticas) y van decayendo conforme se asciende hacia
puestos de responsabilidad o reconocimiento profesional. En 2012, en las
colecciones de museos, había solo un 13% de artistas españolas. Tampoco las
exposiciones temporales individuales muestran cifras más paritarias: las
mujeres no alcanzaban ni el 10% de la programación de 22 centros de arte
durante una década
La presencia de mujeres en las
colecciones de los siete centros de arte consultados por este periódico no
llega al 30% en ningún caso. El Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC), que
cumple 20 años este mes, tiene el mayor porcentaje: 117 mujeres (29%) y 285
hombres como autores de una colección de 1.253 obras. Le sigue el Museo de Arte
Contemporáneo de Castilla y León (Musac), con 23,9% de mujeres en una colección
de 1.687 piezas.
En el Guggenheim Bilbao, son un 17,8% las autoras representadas en la
colección (128 obras). Aunque el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC)
aplica desde 2010 una política de compras y programación de estricta paridad,
su colección permanente es aún muy desigual: un 13,9% de creadoras de 537. Un
porcentaje similar al del IVAM, que cuenta con un 13,8% de mujeres en su
colección (11.280 obras). Solo el 9,5% de las 5.314 obras del Museu d’Art
Contemporani de Barcelona (MACBA) han sido hechas por mujeres. Un porcentaje
aún menor se registra en el Reina Sofía, según un informe de 2011 de MAV: un 4%
de obras y un 6% de artistas españolas en su colección.
Se compra, se expone y se programa menos obra de mujeres. Además de
resultarles desolador, las afectadas creen que atenta contra el artículo 26 de
la Ley de Igualdad, que pide a los organismos públicos “acciones positivas
necesarias para corregir las situaciones de desigualdad en la producción y
creación intelectual artística y cultural de las mujeres”.
Para recordarlo, MAV escribió en 2012 a los museos públicos mensajes
semejantes: “Su institución está fuera de la ley” y trasladó 14 quejas a la
Defensora del Pueblo sobre incumplimientos. “Si lo vemos incluso desde un punto
de vista económico, el Estado está malgastando el dinero porque son las mujeres
las que predominan en las carreras de Bellas Artes y luego muchas acaban
desistiendo por la falta de oportunidades”, recrimina Marián López. Las mujeres
son el 65% de titulados en Bellas Artes y el 74% en Historia del Arte.
Casi ningún gestor cultural escurre el bulto. Casi todos reconocen que las
mujeres están infrarrepresentadas. También casi todos, excepto el director del
Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, Juan Antonio Álvarez Reyes, suavizan la
trascendencia de los datos y ponen el acento en las narrativas feministas
presentes o futuras de sus centros. “Como hemos empezado tarde, las colecciones
de arte contemporáneo en España tienen poco desarrollo y son todavía muy
masculinas. Pero más relevante que el sexo del autor es que las obras puedan
hablar de valores diferentes a los masculinos”, sostiene Bartomeu Marí,
director del MACBA. Para 2014 se reordenará la
colección. El universo dejará de ser androcéntrico: “Pretendemos descolonizar
el museo, romper con esa visión de hombre, blanco y heterosexual”.
En cierto sentido es el camino recorrido ya por el Reina
Sofía, mascarón de proa de la contemporaneidad artística, que
rediseñó su colección e incorporó el feminismo tanto a su narrativa como a las
actividades formativas y de investigación. Se ha roto con la organización
convencional de la presentación de obras de genios (masculinos) y se ha buscado
una narración histórica y cultural para contextualizar las obras. Desde 2008
sus adquisiciones han sido paritarias (46% mujeres y 54% hombres), pero las
cifras de su colección permanente arrastran un notable desequilibrio. “Por
supuesto que faltan”, concede su director, Manuel Borja-Villel, “se han ido
haciendo cosas, pero falta mucho. Aunque las cifras no lo son todo. En los
museos, que responden a estructuras de poder que tradicionalmente son
patriarcales, nos enfocamos mucho hacia las cuotas, pero no deberíamos caer en
políticas autoritarias. Tiene que haber igualdad de oportunidades, pero no de
resultados”.
Tanto Borja-Villel como Marí refuerzan la importancia del discurso
alternativo, que apoyan sobre el feminismo de la diferencia —en contraposición
con la paridad y el feminismo de la igualdad—. En su línea se pronuncia Miguel
von Hafe, director del Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC): “Es
evidente que la presencia de mujeres ha sido minorada a lo largo siglo XX,
también por razones sociales. Pero la cuestión del género no es estrictamente
artística. Si hay un artista que trabaja cuestiones nacionales o feministas es
interesante por su trabajo, pero no se debería valorarle por su nacionalidad o
ser mujer. A veces se confunde el arte practicado por mujeres con el arte
feminista. Cinco mujeres haciendo flores no hacen arte feminista”.
Ninguno de los tres defienden la correlación pareja entre mujeres y hombres
en sus colecciones. “Es que los números cantan, y es necesario mirarlos”,
contrapone Juan Antonio Álvarez Reyes, director del Centro
Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), único museo que trabaja con
criterios de estricta paridad en programación y compras desde 2010. “Incluso
así tendríamos que estar 20 años comprando obra de mujeres para compensar el
desequilibrio. No se puede cambiar el pasado, pero sí el presente y el futuro.
Los directores y programadores tenemos una responsabilidad y tenemos que
ejercerla”, señala.
Estrella de Diego, catedrática de Historia del Arte en la Universidad
Autónoma de Madrid y crítica de arte, avisaba en un artículo publicado en la
revista Exitbook sobre la pirueta española: “Tal vez hemos pasado directamente
a la posmodernidad sin haber hecho la modernidad”. Ella fue la autora de la
primera investigación académica sobre artistas (La mujer y la pintura en el XIX
español. Cuatrocientas olvidadas y algunas más, publicado en 1987 por Cátedra)
y sigue observando grandes lagunas: “Hay algo disfuncional en el Estado
español. Frente a lo que ha pasado en otros países de nuestro ámbito, esa
primera y elemental fase de reconstruir la historia, recuperar a las artistas y
las imágenes locales, no se ha llevado nunca a cabo de manera sistemática”.
Las mujeres siempre han hecho arte. Con o sin trabas. Las historiadoras
feministas se han encargado de rescatar a las olvidadas. Algunas han llegado a
los museos siglos después de su muerte. “¿Por qué es un problema moderno de tal
magnitud el sexismo en la historiografía del arte?”, se pregunta a menudo Griselda Pollock, directora del Centro de Análisis,
Teoría e Historia Cultural de la Universidad de Leeds, crítica de
arte e historiadora. El mundo que retratan los museos no es insustancial, en
opinión de Marián López: “El museo tiene una huella civilizatoria y educativa
que no puede eludir. Cuando mis hijos entran se dan cuenta de que los hombres
son absolutamente necesarios y las niñas son contingentes”.
lunes, 2 de diciembre de 2013
JUGUETES PARA FUTURAS INGENIERAS
Por fin hemos encontrado el vídeo de juguetes para futuras ingenieras subtitulado al español. Porque las niñas son más que princesitas y juegos de té. Porque debemos estimular su inteligencia y su creatividad en todos los ámbitos. Porque se merecen algo más
domingo, 1 de diciembre de 2013
COMPRA JUGUETES NO SEXISTAS. LA DIGNIDAD DE LA VIDA ESTÁ EN JUEGO.
“Noe no me come”
Esta es la frase comercial de una “famosa” marca de
muñecas para vender este producto llamado Noe. El vídeo promocional no tiene
desperdicio y, como estamos en fechas de compras de juguetes, entre ayer por la
tarde y un rato de esta mañana me “he dado un paseo” por los principales
catálogos de juguetes de este año. El resultado sigue siendo desalentador:
Hemos avanzado muy poco por no decir nada en materia de igualdad entre niñas y
niños. O dicho de otro modo: los juguetes siguen reproduciendo los estereotipos
de género de toda la vida.
En los juguetes destinados a la primera infancia se sigue
utilizando los colores para “marcar” si son niñas o niños, aunque irrumpen
otros como el verde o el amarillo para compensar un poco los azules y rosas.
Pero a medida que avanzamos, el rosa inunda el apartado
de muñecas y materiales que proponen jugar a ser mayores hasta provocar dolor
en los ojos. Es un horror.
De las muñecas me encargaré después, pero en aquellas
propuestas que pretenden hacer jugar a ser mayores, sobre todo destinadas a las
niñas, aparte del color rosa de Disney, que es un horror, sólo se proponen
actividades heteroasignadas y especialmente las cocinas súper equipadas que van
acompañadas de imágenes de niñas jugando a preparar platos o haciendo la
compra. Tampoco pueden faltar las planchas y las lavadoras con niñas
utilizándolas, por supuesto. En esta sección sólo aparece una foto de un niño
con el carro de la compra y sonriendo a las dos niñas que ejercen el papel de
vendedoras. Nada nuevo bajo el sol, desgraciadamente.
En la sección de manualidades, vuelve el rosa con fuerza
y nos encontramos que la mayoría de propuestas son para crear abalorios como
pulseras de letras, sets de maquillajes, de peluquería, todo tipo de artilugios
para la belleza femenina. Ni una sola propuesta coeducativa. Ni un solo juego
de alfarería, por ejemplo. Nada.
En los juegos de mesa y científicos, es menos explícito
en fotografías pero predominan los colores azules y turquesas. Y una
curiosidad. En esta sección nos encontramos con una propuesta que es un set de
anatomía de once piezas y está diseñado para criaturas a partir de ocho años y
la sorpresa es que es un cuerpo completamente asexuado. No aparecen en la parte
desmontable ni en la fija, ningún órgano sexual ni reproductivo de mujeres u
hombres. Nada. ¿Cómo pretendemos educar a nuestras criaturas desde la más
tierna edad en el conocimiento de sus cuerpos si los escondemos de esta manera?
Continuo por este viaje que de verdad genera mucho
rechazo y llegamos al apartado de figuras y escenarios, o algo parecido. El
apartado de los superhéroes. Y digo bien son ellos, los superhéroes masculinos,
los modelos a seguir, los que luchan contra el mal para salvar la
humanidad….Eso sí, con todos sus artilugios de espadas, pistolas,
ametralladoras,…todos bien pertrechados para las batallas que han de venir.
Todo un modelo de ejemplo de valores de paz, tolerancia, resolución pacífica de
conflictos, respeto, etc… Sin más comentarios.
Y llegamos al apartado de muñecas. Terrible. Horrible. Y
sean de las marcas que sean. Las hay de todos los colores, precios, modelos, y
todas con sus accesorios destinados al entretenimiento de las niñas. Y más que
entretenimiento yo diría que al aprendizaje de las niñas en las tareas que se
espera que realicen a lo largo de sus vidas. ¿Sabían que ya están en el mercado
las muñecas hijas de personajes famosos de los cuentos clásicos? Son las hijas
de Blancanieves, Cenicienta, la Bella Durmiente y de la malvada Madrastra de
Blancanieves y todas ellas, por supuesto, complementadas con las
características de sus famosas madres y, por tanto despojadas de sus cualidades
propias. También hay un muñeco que es el hijo del cazador del cuento de
Blancanieves. Por lo visto el formato masculino tiene menos salida, a pesar de
que también le han despojado de sus propias cualidades para encarnar las de su
padre. Vomitivo en todos los sentidos.
Y, por supuesto está Noe, la muñeca que no come y en cuyo
vídeo promocional podemos ver a las niñas cómo tienen la ropita tendida,
preparan papillas y retan al público a ver si Noe, al final come.
No pensaba que esto fuera tan deprimente. Han pasado
muchos años para que todo esto no haya cambiado casi nada.
Sobre el papel de los juguetes en nuestras vidas no voy a
profundizar puesto que no soy experta en el tema, pero lo que si que sigo
viendo en todo esto son las enormes fauces del patriarcado extendiendo sus
redes para que todo siga igual y que el sistema androcéntrico y sus privilegios
no se vean amenazados ni siquiera en su aspecto más simbólico.
Es cierto y no puedo negarlo que también van apareciendo
otros modelos minoritarios de juegos en grupos de iguales, en donde se practica
la solidaridad, la equidad y otros valores que no son la competitividad y el ir
matando por la vida o buscando príncipes que os rescaten de nuestras propias
vidas. Pero estos nuevos modelos de juegos deben contar con unas férreas
creencias del entorno de las criaturas que las protejan del resto del grupo,
puesto que se corre el peligro de que el resto de la “manada” aísle a esa
criatura por diferente.
Sería necesario reflexionar como sociedad cada vez que
regalamos un juguete, qué es realmente lo que estamos regalando, puesto que a
veces, con la mejor intención, lo que regalamos son patrones de desigualdad, de
modelos sociales que queremos combatir por ser discriminatorios en muchos
sentidos.
Estamos en plena campaña de compra de juguetes para la
Navidad y los Reyes Magos y desde este humilde espacio sugiero que, con
pequeños actos como la reflexión del fin último que pretendemos al regalar esos
juguetes, quizás ayudemos a nuestras niñas y niños a vivir en un mundo más
equitativo, más justo, más afectivo y con valores que promuevas actitudes
realistas, pacifistas, relaciones más simétricas y menos privilegios para unos
y menos sumisión para otras.
¿Es una utopía? Quizás lo sea, pero sin creer y luchar
para que esas utopías dejen de serlo para convertirse en realidades sería muy
duro levantarse por las mañanas.
Hay algunas niñas que ya no quieren ser princesas. Y eso
ya no es utopía. Os dejo este enlace para que lo comprobéis. Seguro que os saca
una sonrisa. Este es el enlace:
Ontinyent,
1 de diciembre de 2013.
Teresa
Mollá Castells
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