LUISA ETXENIKE
Se ha convertido en habitual presentar ante los medios de comunicación la noticia de los crímenes de género con el dato de si la víctima había interpuesto o no denuncias previas contra su asesino. Así, recientemente se nos decía que "ninguna de las siete mujeres muertas por violencia machista en lo que va de año había denunciado a su agresor". En lo que va de año significa sólo el mes de enero y ya son siete las muertas, cuatro más que en el mismo periodo del 2010, de modo que este arranque y su presagio no pueden ser más funestos.
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No sólo no acabo de ver clara esta sistemática referencia a las denuncias previas sino que tengo serias dudas acerca de su pertinencia y coherencia en la lucha contra la violencia de género. Me preocupa esencialmente el desplazamiento de la mirada y el deslizamiento de la responsabilidad que a mi juicio representa o, al menos, clarea. Porque, ¿qué sentido tiene, tras un nuevo asesinato, centrar la atención del ciudadano en la actitud previa de la víctima; poner en ella la interrogación? ¿No es, en realidad, una manera de distraerle del único fondo del asunto que es el crimen y su autoría? ¿No es un modo también de sugerir que si hubiera habido denuncia no habría crimen, esto es, que esa mujer asesinada tiene (algo) de responsabilidad en lo sucedido? Y un modo de sugerir también y de paso que hay instrumentos y mecanismos legales suficientes para atajar la violencia de género, o si se prefiere, para sugerir que los poderes públicos lo están haciendo bien? O lo que es lo mismo, pero en peor, ¿no es una manera de decir sin decir que todo el mundo está actuando correctamente en este asunto menos las víctimas, que no ponen todo de su parte, que se obstinan en no denunciar y luego pasa lo que pasa?
Es posible que yo me equivoque en mi lectura de esa presentación pública de los asesinatos de mujeres; es posible que no haya nada de eso: ni desviación de la atención ni carga de responsabilidad sobre las víctimas. Que la mía sea una lectura exagerada y/o impertinente. Lo asumo. Pero creo que con siete asesinadas en un mes, nuestra sociedad debería permitirse más de una impertinencia y/o exageración de pensamiento; más de una osadía a la hora de considerar lo que está pasando; más de una interrogación verdaderamente radical y estruendosa sobre la manera en que estamos abordando una lacra social que lejos de atajarse, crece; que se lleva por delante a decenas de mujeres en nuestro país cada año (a cientos y más en el seno de la Unión Europea).
Naturalmente que hay que animar a las mujeres a denunciar a sus agresores desde el primer momento. A todo el mundo (parientes, amigos, vecinos, entorno profesional) hay que animarle a romper el silencio que es cobijo del maltrato. Una cosa es eso y otra muy distinta cargar la ausencia de denuncias -cuyas razones son sin duda extremadamente complejas- de otras tintas y de un plus de responsabilidad para quien definitivamente menos la tiene.
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